miércoles, julio 26, 2006

Sobre ese mito llamado felicidad, y sobre el sol que quiero

Según la Real Academia Española:
Felicidad (Del lat. felicĭtas, -ātis).
1. f. Estado de grata satisfacción espiritual y física.
2. f. Persona, situación, objeto o conjunto de ellos que contribuyen a hacer feliz.
3. f. Ausencia de inconvenientes o tropiezos.

Todos nos hacemos la misma pregunta todos los días. ¿Soy feliz? Yo me la hago a diario, ni bien abro el ojo y entierro mi cara en la almohada. ¿Me estoy haciendo feliz? ¿Soy, o me hago, la feliz? Hace unos minutos recibí un mensaje que decía "Creo que no estoy siendo feliz, y me jode". Y de vuelta al mismo pensamiento de todas las mañanas.
Yo solía echarle la culpa de mis infelicidades al resto: a los que estaban o no estuvieron, a los días lluviosos, a la depresión obsesivo-compulsiva, a la falta y a la sobra de N variables. Pero luego de un par de catástrofes psicológicas (y mucho, mucho alcohol en demasiadas barras y bares) aprendí la típica moraleja de serie gringa de 22 minutos de duración: si yo no me hago feliz a mi misma (y que valga la redundancia), nadie más lo va a lograr por mí. Y aprendí a no echarle a nadie más que a mí la culpa por los días grises y lluviosos, y aprendí también a agradecer al resto por los días llenos de sol. Porque cuando quiero sol, alguien siempre logra abrir una ventana frente a mí para enseñármelo. Es sencillo. La lluvia la llevo dentro, pero el sol está en todas partes. Solo hay que saber encontrarlo.
Yo encuentro el sol (y la felicidad) en múltiples lugares:
Lo encuentro en mi afición a las vacas y en el abrazo de mi mamá todas las mañanas. Lo tengo en las largas conversaciones telefónicas a medianoche y en mis series favoritas en la televisión. Lo encuentro en las risas contagiosas de la oficina, en una rica rascadita de espalda, en documentar todo y a todos con mi cámara. Encuentro el sol cuando se me cruza alguna canción con significado o cuando le encuentro significado nuevo a algo que solía ser insignificante. Lo encuentro cuando escribo algo, me muerdo las uñas y en eso se me ocurre algo que me parece fantástico. Lo encuentro en todas las sonrisas de los amigos, en Cecilia, en Guillermo, en Papá. Encuentro sol cuando camino por Pardo y se apaga un poste de luz y sonrío, en las anécdotas repetidas, en mis niñadas, en mis vejeces. En todo.
Y si, lo confieso, hay días en que no me siento feliz. Levantarme me cuesta, le busco excusas a todo y me veo al espejo y veo a cualquier persona menos a mí. Detesto mi trabajo, no me veo yendo a ninguna parte, me siento sola y me siento obesa. Pero sé que son sólo momentos. ¿A quién no le pasa? Así como no existe un permanente estado de felicidad, no existe un permanente estado de no-felicidad. Sabiendo que al día siguiente me sentiré la master planner con el camino trazado, acompañadísima y glamorosa, los días lluviosos duelen menos.
(Y, oigan, si la felicidad es la ausencia de tropiezos, yo debo ser la antifelicidad pues me tropiezo a menudo en todo el sentido de la palabra. Y eso me hace más grande. Me hace inmensa.)

(*Escuchando Cuando quiero Sol, de Presuntos Implicados. Y hoy estoy feliz, porque después de meses, le puedo dar un nuevo significado y ya no sentirme lluviosa al respecto. Ha vuelto a ser una linda canción).

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me encanto!!!, me gustaría conocerme y aceptarme así de fondo, lo único que nos ayuda a ser felices:)
Gracias.