domingo, julio 23, 2006

(Sín título)

Hablo mucho y hablo alto. Y así me gusta.
Creo que en alguna parte de mi cerebro hay algo que me manda a decir todo lo que pienso todo el tiempo y a todo volumen. Y así me parece perfecto.
También suelo superlativizar las cosas. Si son diez, para mi serán cien: si es bastante, para mi será demasiado. Soy una gran exageración cuando cuento algo: alto, mucho, fuerte, mucho, mucho. Y así está bien.
Pero a veces descubro que ni el volumen ni el número de palabras ni los adjetivos como "mucho" hacen a las palabras más fuertes, o grandes, o significativas. Hay palabras que, pequeñas, sencillas y casi imperceptibles, pueden arrancarme inmensas sonrisas y a la vez, silencios prolongados. Y quienes me conocen saben que callarme es una dura tarea.
Este fin de semana me han gustado los susurros cortos y mis largas pausas. Sin título, ni adjetivos, a volumen cero. Sin querer, me despertó el silencio.

(*Escuchando Te miro y tiemblo, de Jarabe de Palo. Muy ad hoc).

3 comentarios:

rodrigo dijo...

algunas personas me íden que baje el volúmen de mi voz y que hable más lento. otras dicen que deje de darle vuelta al asunto y vaya al grano. otras dicen que hablo bajito y no se me escucha.

pero es que últimamente no puedo satisfacer a nadie carambas, ni a mi mismo.

Deicidio dijo...

Sí, una vez estaba en una cevichería con mi negra, y hablabamos de las polillas que de viejas se convierten en gusanos, y una señora dos mesas mas allá me mando a bajar la voz.

Anónimo dijo...

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