Siempre me ha gustado escribir. una de mis primeras obras literarias fue una sentida carta al ratón de los dientes en donde le exigía que me diera diez mil soles, no me importaba si fueran soles o intis, lo importante era que fueran diez mil soles. Nada de "Por favor ratoncito, si fueras tan amable..." Nada de eso. "Dame la plata infeliz o dejo de creer en ti". Hasta el día de hoy me da mucha risa cada vez que leo esa nota, la cual mi mamá atesora.
Escribí en el nido, en el colegio, en la universidad. Hasta que una vez alguien me dijo: "Tu escribes y yo te doy dinero". Me pareció una idea estupenda. Es así como a los 20 años me convertí en redactora de "Decajón.com" donde tenía una columna llamada "Absurdo Cotidiano". Como siempre me ha gustado fijarme en las cosas ridículas de la vida, me dediqué a escribir sobre eso. La fama fue abrumadora: tenía 10 mil visitas mensuales a la columna, y aunque yo sabía que de esas diez mil unas 9,900 eran de mi papá, me sentía famosísima igual.
Entonces fue que me escribió Stanis Ivans.
Escondido tras un nombre falso, este sujeto empezó a escribirme, comentar sobre mi columna y debatir sobre las consecuencias e inconsecuencias de la vida. ¿Somos grises porque el cielo de Lima es gris? ¿Somos tímidos porque la lluvia limeña es tímida? ¿Nos cuesta despegar porque nos sentimos permanentemente atorados en el tráfico y el smog de la javier prado? ¿Confiamos demasiado y por eso cargamos amuletos? ¿Qué somos?
Por un par de años la comunicación fue fluida y divertida. El sólo sabía que yo me llamaba Mariella, yo solo sabía que le gustaba leerme: no solo mis columnas, sino leerme a mí. Era raro y genial.
Después de un tiempo mi columna, y él, desaparecieron. A veces me pregunto qué será de su vida y si se habrá encontrado con mis historias en algún momento. Hoy lo recordé en la mañana mientras venía en taxi y tarareaba "Creo". Creo poder captarlo.
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