No soy una conductora. Tampoco una peatona. Menos una microbusera.
Soy una taxidora.
Los taxis son mi vida. Si fuera un poco más codo o más misia viajaría en micro, pero no lo soy; y si fuera un poco menos derrochadora ahorraría para un carro, pero tampoco lo hago. Me gusta ver mi dinero en martinis, en mi closet, en hermosísimos cortes de pelo y en mis pies. Como consecuencia lógica, viajo en taxi.
Me gusta recostarme contra la puerta en el asiento de atrás. Me siento de costado y pongo cara neutra. Cierro los pestillos, le pregunto al taxista si tiene cambio de diez y cuando me responde que sí digo qué bueno. Y me miro en el espejo retrovisor. Me miro el pelo, las cejas, los ojos. Rara vez alcanzo a ver la boca o la sonrisa: es como si no existieran en ese pedazo alargado de espejo. Frenazo. Me apoyo en el asiento de adelante y miro al taxista con cara de odio. Bip Bip. Zuuuuum.
Por lo general obvio la música del taxi y tarareo algo de mi cabeza. Hoy tararée Jorge Drexler y Pandora. Cuando tarareo no me miro. Y no miro a la calle. Francamente no sé que miro, pero supongo que miraré algo. Y vuelvo a mirarme en el espejo. En ocasiones los baches me desestabilizan, los frenos me distraen. Pero me miro. Miro para adelante por algo que sirve para mirar para atrás: es raro y fascinante. No sé si será narcisismo, autobúsqueda o cuestionamiento, pero esa chica del espejo me llama demasiado la atención.
3 comentarios:
Debe ser algun insight ese... yo siempre me miro al espejo en los taxis, (será que ambas somos hermosas) y has notado que el retrovisor del copiloto es terrible pero el retrovisor del medio, cuando te sientas atrás es excelente?
Por un instante mientras miraba tu foto, me sentí como el taxista que decía que sí tenía cambio de 10 y miraba por el espejo a su cliente.
yo también hago eso, pero prefiero ser conductora (aunque sufra de stress crónico a causa de ello).
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