Hoy tuve una tarde maravillosamente improductiva.
Ronqué hasta mediodía y almorcé hasta empacharme. Después de ello y de una deliciosa siesta procedí a desayunar cereal Nesquik mientras veía "50 most" en E! y casi tengo un orgasmo de la alegría al ver que en The Film Zone estaban dando Legalmente Rubia. Me acurruqué en la cama y me la vi todita.
Luego atardeció.
Los anocheceres en domingo han sido siempre deprimentes y difíciles. Marcan el fin del fin de semana: un fin redundante y definitivo. Son un largo preámbulo de la semana que viene y en mi casa (y en mi caso) siempre han sido iguales: mis papás viendo televisión en la sala, con apenas una lámpara prendida, y yo deambulando por todas partes angustiada sin saber por qué. En el colegio me instalaba en la sala para hacer mis tareas y en la universidad me encerraba en mi cuarto para leer las separatas. Con Christian nos encerrábamos en una cama para uno; él me dejaba ver Desafío del Inca y yo le dejaba hacerme cosquillas. Luego de la desintalación de su cama me encerré en numerosos bares y cafés, para luego ceder a la tranquilidad y cambiar los bares por salas de cine y los cafés por canchitas calientes.
Ahora suelo instalarme en mi cama para dos con alguna mala película, mis sábanas favoritas y un quiticuchal de almohadas. Aún a mis 26 me persigue la recurrente angustia de que todo se acaba y se acaba solo para volver a empezar, y aún me cuesta irme a dormir porque no quiero que sea lunes nunca jamás. Empezar de nuevo es demasiado difícil cuando lo pienso desde el domingo, pero cuando abro los ojos legañosos el lunes y miro mi almohada babeada, nada se siente mal. Yo sigo ahí, solo que esta vez empezando de nuevo. Y me lavo la cara, y le sonrío a la cachetona del espejo.
(*) Escuchando I´ll take you on de Howie Day. Make me feel nervous and I'll make you surrender.
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