(* o de cómo Cristina Bellido se robó a Papá Noel)
Hay momentos en la vida de uno que son absolutamente determinantes. Momentos que nos marcan y que por su importancia, recordamos con precisión casi fotográfica así pasen los años. Yo recuerdo claramente dos.
El primero fue la navidad de 1987. Pasábamos la nochebuena en la casa de mi abuelo, y para ese entonces yo ya había vivido 3 o 4 navidades que recordaba claramente. Como en todas aquellas, mi abuelito me cogió de la mano en cierto momento de la noche y me sacó a pasear a la calle "para ir a visitar la casa del gato".
La visita a la casa del gato era una movida estratégica y ya tradicional en la familia Villanueva - Samudio. El abuelito nos sacaba a pasear por la Avenida del Parque Sur entre los grandes árboles (que en aquel entonces carecían de iluminación) para luego llegar a nuestro destino: una inmensa loseta de cemento denominada "la casa del gato". A pesar de nuestros llamados el gato nunca salía.
La magia, sin embargo, sucedía cuando regresábamos a casa: al cruzar la puerta, todos siempre actuaban sorprendidos contándome que justamente Papá Noel acababa de irse y que ya había dejado todos los regalos. Yo ya sabía que la visita a la casa del gato era la señal que el abuelito y papá noel habían acordado como momento exacto para su visita. No duden que yo todos los años (y ese con mayor fervor) INSISTÍA en visitar la casa del gato y me creía muy astuta al haber roto el código secreto entre el polo norte y san isidro.
Esa navidad, como siempre, insistí en la salida. Caminé con el abuelito, llamamos al gato, y nada. Ansiosa por los regalos, jalonée a mi abuelito para dar la vuelta y regresar a la casa. Y fue ahí cuando sucedió. Mi abuelito solo dijo "Mira", y miré al cielo.
Tengo el recuerdo pintado en la cabeza. El trineo de papá noel en el cielo. No lo ví a él y tampoco vi ningún reno ni sacos llenos de regalos. Solo recuerdo un gran trineo con luces de colores, enorme, brillante, majestuoso. Recuerdo las luces, como las luces de un árbol.
La verdad es que no sé si ese recuerdo sea fiel a lo que verdaderamente sucedió, pero es lo de menos ya que así es como me gusta recordarlo. Luego de esa revelación, llegué a la casa del abuelito para ver que Papá Noel me había mandado un pequeño Pony y a Patty Patinadora, pero nada pudo superar la sensación de magia tan grande que tuve de haber visto al siempre evasivo Papá Noel.
El segundo momento que recuerdo claramente es el cumpleaños de Maria Fé Salazar el año siguiente, en 1988. Maria Fé cumplia 8 años el 8 del 8 del 88, algo digno de celebrarse a lo grande, y por eso estábamos todas correteando como desquiciadas en el Rancho (y si mal no recuerdo, la Cabaña Chuncho).
No sé en qué momento vino Cristina Bellido y muy suelta de huesos nos dijo a todas que Papá Noel no existía. Que era un invento, que era mentira, que los regalos los compraban nuestros papás y que todo no era más que patrañas.
Por supuesto que yo no lo podía creer. No lo podía aceptar bajo ninguna circunstancia, y recuerdo claramente, como un video en mi cerebro, como yo le gritaba a Cristina: "SI EXISTE!!!!! YO LO HE VISTO...!!!!!!!"
Está demás decir que la lavidad del 88 fui a visitar la casa del gato, pero ya no fue lo mismo. Ninguna navidad lo fue después de eso.
Lo siento Cristina, pero desde aquel día fuiste siempre, para mi, el grinch que se robó a Papá Noel.
Y bueno, yo he vuelto a creer en Papá Noel. Qué sería de nosotros sin niños caminando por las calles y viendo el trineo de papá noel, invernal y nevado a 25 grados centigrados, en un acto de pura magia...?
* Todos los datos en esta crónica son fieles a la realidad.
* Me encanta la navidad, pero no puedo con el burrito tabanero.
* Feliz navidad para todos. Para ti también.